jueves, 23 de octubre de 2014

Hildegard Von Bingen: Música, mística y goce femenino

        
          


           
        “No oigo estas cosas ni con los oídos corporales ni con los pensamientos de mi corazón, ni percibo nada por el encuentro de mis cinco sentidos, sino en el alma, con los ojos exteriores abiertos…'
                                                                                               Hildegard Von Bingen.




     °Una luz tan intensa que hace temblar el alma”, la inundó  desde muy pequeña. Hildegarda, esa niña frágil  y de salud delicada, es la menor de diez hijos de una familia noble alemana, le corresponde por eso  la vida conventual. Como diezmo sus padres la ofrecen a la Iglesia sin imaginar que se convertiría en una de las mujeres más influyentes de la Edad Media.
         Santa Hildegarda de Bingen, vivió entre 1098 y 1179, fue una abadesa de la Orden Benedictina, mística, compositora y escritora alemana, doctora de la Iglesia,  conocida también como la Sibila del Rin. Desde  los tres años  experimenta visiones, descriptas como la llegada de una gran luz, en las que se conjugan imágenes, colores y música. A los 42 años le sobreviene una intensa experiencia mística, recibe la orden de escribir las visiones que tuviese en adelante.
         El siglo XIII presenta la expansión del fenómeno místico, una  experiencia que parece concernir  a las mujeres, en tanto  “el amor que une a Dios”  revela algo del goce femenino. No obstante,  la experiencia mística  nunca ha sido separada de la sociedad de los hombres y de su Iglesia.  Mirada con recelo, sospechada o marginal, es una experiencia oscura, que escapa al lenguaje y se resiste a la transmisión; pero convoca  desde el vacío que crean el silencio y el enigma. Dice Lacan:

           “Es claro que el testimonio esencial de los místicos es decir que ellos lo experimentan,  pero nada saben de ello.”

      La experiencia mística se diferencia claramente del desorden de los sentidos en la psicosis, según la lectura de Lacan, queda  del lado de la posición femenina. Hildegarda expresa en su experiencia que este estado de mujer asegura el  camino  más corto hacia Dios:

          “Tú no eres más que un limón frágil, el estado de mujer te hace impropia de recibir las lecciones de maestros mortales, para leer las letras sin la forma de instruir de los sabios;pero tocada por mi luz,  que te ilumina “

         Las místicas femeninas pasan generalmente por un testigo, quien ocupa el lugar de lo escrito, de la palabra en el orden del falo, de lo indecible en su relación con un padre improbable, con Dios.  El secretario, el hagiógrafo, el confesor, forman este punto de límite viril, más allá de lo cual lo extático está en exceso,  pero no sucumbe  a la locura.

       “Padre estoy profundamente perturbada por una visión que se me ha aparecido por medio de una revelación divina y que no he visto con mis ojos carnales, sino solamente con mi espíritu.  Dame tu opinión sobre estas cosas, porque soy ignorante y sin experiencia en las cosas materiales y solamente se me ha instruido interiormente en mi espíritu. De ahí mi habla vacilante. (…)”

        Bernardo, Abad  de Claraval, la escucha y alienta, intercede por ella y llega  hasta el Papa Eugenio II, quien junto a la evaluación de un  grupo de teólogos, valida la experiencia que  trasmite en su libro  Scivias: Conoce los Caminos.

         La femineidad está más acá de las lecciones de los sabios, pero en su relación con Dios llega más lejos que  lo que estos pueden alcanzar.  Lacan encuentra en la pasividad un vínculo entre mística y  posición femenina, entiende tal  pasividad, como un no actuar,  resultado de “un largo querer”. Se trata de una pasividad que se hace acto, diferente del goce  fragmentante y  pasivo de las psicosis.
                                               
La Trinidad en su íntegra Unidad,Scivias, Visión II, 2.

           En el Medioevo la mujer encuentra en la mística una expresión que por otros canales le permanece  vedada. Es fuerte la impronta de una dimensión política en la posición de Hildegarda, allí confirma un más allá de la ley de los hombres; renueva la opción ética de  Antígona en el resguardo del derecho de los muertos y la ley familiar.

          Conocemos el pasaje de su historia en el que transgrediendo las normas del derecho canónico realiza el entierro de un noble excomulgado en el cementerio del convento. Las autoridades  le exigen que exhume el cadáver, ella sostiene que había sido reconciliado con la Iglesia antes de morir y oculta los rastros del entierro para impedirlo. Como castigo las autoridades eclesiásticas prohíben el uso de las campanas y los canticos en la vida cotidiana  y la liturgia. Hildegarda  responde con una carta de fuerte contenido doctrinal sobre el significado  teológico de la música, que en ella es vía privilegiada de comunicación con lo divino.  

      Más allá de la ley de la polis, No Toda, la mística presenta  una respuesta al enigma de lo femenino.